Jesús dice, "Levántate y ven a mí, hijo mío. Ven y recíbeme en la belleza y la esperanza de este día. Ven y permíteme consumirte con mi misericordia".
Ahora tengo una visión del Cordero de Dios, un cordero blanco puro, sentado sobre tierra abierta y fértil, fértil en la fe. Detrás de él hay un gran peñasco, de no más de varios pies de altura, el peñasco simboliza la roca de los cimientos de la Iglesia.
"Hijo mío, soy yo quien cumplirá todas las cosas en ti en la esperanza de mi misericordia que es amor.
Sí, Yo, que soy amor, realizaré la belleza de mi amor en ti a través del poder eterno de la Eucaristía en tu corazón y en tu alma. Que la luz de la gloria de mi amor te lleve a nuevas alturas como yo deseo".
'Oh cordero santo y eterno, que la belleza de tu misericordia me guíe'.