María: Mi querida hija, gracias por venir a mí, porque al hacerlo, has venido al Sagrado Corazón de mi hijo, Jesús. La belleza de su amor no se puede expresar con palabras. Sólo puede sentirlo un alma que se ha sometido a Él.
Gregory: Querida madre, tantas veces me siento agobiado, pero es el amor de tu hijo, el que me libera para llevar mi cruz con la elocuencia de la fe. Sin el amor de tu hijo Jesús, yo no sería nada.
María: Gracias por declarar el amor de mi hijo, Jesús, como fuente de libertad para tu alma, pues él es la luz eterna que brilla dentro de las tinieblas para echar fuera todas las ataduras de Satanás. El hombre debe demostrar que es digno del amor de mi hijo por medio de la fe.
Gregory: Querida madre, ¿cómo podríamos ser dignos del amor de tu hijo?
María: Por la fe, por creer en la gloria de su nombre como tu Redentor eterno. La humanidad debe llegar a honrar el amor y el sacrificio de mi hijo si quiere salvarse del tormento eterno.
Estoy contigo y con todos mis hijos en todo lo que hacéis para velar y proteger continuamente a todas las almas necesitadas del amor de mi hijo. Soy la madre de la raza humana por la primogenitura de mi hijo, y como madre, Dios me ha concedido poderes especiales de amor para ayudar a mis hijos en el don de la redención.
Pido a todas las almas que se regocijen en la gloria del amor de mi hijo. Porque es por él que el mundo fue salvado del poder de las tinieblas y es por él que toda la humanidad llegará a conocer el amor, lo deseen o no.
El amor existe en toda la creación y la belleza del amor llena el aire de grandes gracias, pero mis hijos deben comprender que el amor es un don de humildad, pues para amar hay que ser humilde de corazón. Pido a todos mis hijos que abran cada día su corazón a la belleza de mi hijo y, poco a poco, verán cómo los frutos del amor llenan sus corazones de gran alegría y paz.
Orad, hijos míos. Cantad con gran alegría al trono del cielo, a la sede de nuestro Padre celestial que desea recibir vuestras alabanzas por el gran amor que os tiene. Bailad en la luz de la salvación. Báñense en la gloria de Dios.