Nuestro Señor y Salvador dice, "Mi querido hijo, ven a mí, y no dejes que tu corazón se extravíe por las tentaciones del maligno que desea confundir tu alma con las penas de los demás.
Una vez dije que lo menos que hagas por tu hermano, lo haces por mí, y no hay amor más grande que éste: dar la vida por tu hermano. Hijo mío, uno puede apenarse por otro, pero eso no debe obstruir mi voluntad en todo lo que deseo que cumplas.
Sí, hijo mío, alégrate. ¿No sientes la alegría del Espíritu Santo entrando en tu alma?".
'Sí, mi Señor y te doy las gracias. Y te amo.
Me duele ver a otros que sufren".
Nuestro Señor responde, "Sí, hijo mío, lo comprendo. Pero si la pena te vence, no puedes ayudar. Ofrécemelas por los deseos de mi corazón. Y lo que tú no puedas hacer, lo haré yo según mi voluntad.
Debes recordar que Yo soy el Salvador y así es como Satanás desea tentarte olvidando que soy Yo quien salva. Soy Yo quien obra a través de ti. Y aunque estés triste de corazón, por aquellos a quienes amas que están sufriendo en este momento, ofréceme esa tristeza a mí, hijo mío."
Sí, Señor mío, que hoy te reciba en la alegría de la belleza de tu amor en la Sagrada Eucaristía. Esto me sostendrá para animar a todos, pero no me consumirá la pena, de tal manera que no pueda ser instrumento de amor para ti'.
Jesús dice, "Sí, hijo mío."
'De mi amor por ellos no sé, mi Señor, cuánto más puedo soportar. No sé cuánto más podré soportar estas pasiones'.
"Dámelos, hijo mío, pues me he sacrificado por amor a mis hijos. Utiliza el don de mi sacrificio para ser un instrumento que llame a todos a la salvación.
Hijo mío, te quiero".
'Yo también te amo, mi Señor. Y te doy las gracias.
Oh Espíritu Santo, ven ahora y habla a mi corazón, pues veo que estás esperando'.