Nuestra Señora dice, "Hijo mío, ven a mí".
Ahora tengo una visión de María. Está de pie ante mí, sosteniendo un ramo de sencillas flores blancas, procedentes de un campo de la campiña. Son puras y puedo sentir su amor en ellas. María es amor.
Está vestida de blanco como una virgen, la Virgen Santa, según la voluntad de Dios, y la Inmaculada Concepción. Su corazón es tierno y su Corazón Inmaculado, puro y verdadero, está expuesto. Esta visión de Nuestra Señora es gloriosa, pues se presenta como la Virgen Madre de Dios.
"Mi corazón," dice, "llora en misericordia por mis hijos. Y te presento estas flores, flores de mi amor del cielo, para que experimentes la novedad del amor de Dios en este día y eternamente. Que tu corazón siga siendo bendecido en la misericordia de Dios. Tomad mi mano".
María me ofrece ahora su mano suavísima y gentil, algo regordeta, como la de un niño, su piel como porcelana, y su corazón ardiente con la llama del amor divino.
"Dame tu corazón," dice.
Sí, madre.
"Regocíjate en la gloria de estas flores que te traigo para decirte que te amo. Que la alegría, la pura alegría de mi amor, te embargue".
Sí, madre. Sé adónde me preparan para llevarme y pregunto si alguien puede acompañarme'.
"Sí, hijo mío."
Te lo agradezco, madre.
"No tengáis miedo, sino alegraos. Alegraos siempre y dad gracias a Dios, vuestro Salvador, que ha hecho grandes cosas por vosotros. Creed que nada es imposible en la gloria de su amor que permanece para siempre."