Ahora tengo una visión de la Virgen. Está levitando ante mí, iluminada por una luz blanca que sale de su interior. Es hermosa y parece un ángel. Pero es más que eso, es la Inmaculada Concepción.
En su mano derecha, sostiene el Cordero de Dios y señala con la otra.
Y la Virgen dice ahora, "Mi querido hijo, deseo que continúes recibiéndome diariamente, para que el poder de la luz del amor de mi hijo consuma tu alma y renueve tu corazón en su misericordia cada día.
Sí, he venido como tu Señora de la Luz, la Reina del Cielo, para que tu corazón sea colmado por mí. Descansa ahora, amor mío, entregándome todas tus preocupaciones, cargas e inquietudes a mí y al corazón de mi hijo Jesús.
Ahora que te preparas para ir a México, abre tu corazón para ser instrumento de mi amor y del amor de mi hijo por los demás.
Sí, entrega tu corazón a la alegría y a la esperanza de Jesús".
Madre.
"Sí, hijo mío."
Te quiero. Gracias por venir a mí porque una, y sólo una, palabra de tu corazón renueva mi alma. Sí, una palabra tuya en el nombre y en el amor de Jesús renueva mi corazón'.
"Sí, hijo mío, me da alegría. Medita sobre la alegría del Señor y del Espíritu Santo dentro de ti".
Te quiero, madre.
"Que el Cordero de Dios, hijo mío, descanse en tu corazón y te traiga la paz en este día".