Ahora tengo la visión de Jesús de pie ante mí con las manos abiertas y rayos de una luz dorada bastante suave que salen de su corazón. Y puedo sentir la presencia de Él, que es la luz, entrando en mi corazón. Puedo sentir la alegría del Espíritu Santo consumiendo mi alma. Y me regocijo en la presencia de Jesús que eleva y redime mi corazón y mi alma.
En este momento, nuestro Señor dice, "Sí, hijo mío, que vivamos en la gloria eterna de esta noche para regocijarnos en el poder de mí, tu Salvador, pues soy todopoderoso y omnipotente".
Ahora tengo una visión de fuegos, del fuego del amor divino de Dios, consumiendo la tierra.
Señor mío, que tu corazón y tu alma me den la paz de estar siempre tan cerca de ti. Ven y acércame cada día más a tu corazón".
"Hijo mío, buscándome me encontrarás. Y abriéndome tu corazón, recibirás la gloria de mi amor eterno que arde como un fuego dentro de tu alma para llevarte a nuevas alturas en mi amor. Apóyate sólo en mí en estos momentos del silencio de la noche donde te llamo para que seas mío, sólo mío.
Sí, hijo mío".
Sí, mi Señor, tómame como quieras. Te necesito, Señor mío, no puedo vivir sin ti. Te pido que vayas delante de mí y cumplas cada acto según tu voluntad, pues me llamas a unirme a ti. Todo lo puedes. Nada es imposible para ti".