'Madre, me alegra estar contigo'.

María aparece ante mí con un ramo de rosas rosas en los brazos.

"Madre, ¿qué deseas?

"Sí, hijo mío, deseo la paz para mis hijos. Deseo que haya paz en todo el mundo, una paz que sólo puede venir de amar a mi hijo."

'Te ves tan hermosa. Y las rosas vienen de un lugar de amor'.

"Sí, hijo mío, he traído esto para darte alegría. Para que sepas que te amo y que siempre estoy contigo y mi corazón clama misericordia por mis hijos. Hijo mío, canta la alegría de su amor que dura para siempre.

Ahora que has descansado, queremos que tengas la alegría de volver entre los corazones del pueblo".

"Madre, a menudo me siento indigno".

"Hijo mío, has dicho algo muy importante. Porque aunque eres indigno, nadie es digno en nombre de mi hijo, es él quien nos perfecciona en su gracia."

Sí, ha dicho "nosotros" porque ella también es humana. Se incluye a sí misma en el amor y la humildad, conociendo su estado de perfección y gracia, pero comprendiendo que es hija de Dios como cada uno de nosotros. Ahora el mensaje continúa.

"¿Madre?

"Sí, hijo mío. No esperes a sentirte digno. Esa es una mentira del enemigo que quiere condenarte, que vivas en un estado de autocondena para no recibir la misericordia y la esperanza de mi hijo, su alegría que transforma y eleva y da nueva vida a tu alma cada día."

Sí, madre, lo entiendo.

"Uno, hijo mío, puede creerse indigno con humildad. Pero hay que confiar siempre en la misericordia de mi hijo que redime y renueva la vida. Y esto es lo que deseamos, que des a nuestros hijos, que es la esperanza de una vida nueva en mi hijo, Jesús, cada día.

El enemigo ha estado trabajando muy sutilmente para no dejarte creer que no eres capaz. No pongas tu fe en el hombre, hijo mío, ni en los caminos de los hombres, sino en Dios, que todo lo puede."

Sí, madre, lo entiendo. Creo, tengo esperanza y amo a Dios. En Él está mi fuerza, en Él mi alegría, en Él mi vida. Todo es bueno en Jesús'.