Nuestra Señora dice ahora, "Mi querido hijo, el poder de la fuerza dentro de ti viene de Dios tu Salvador y de la Santísima Trinidad como un solo Padre, Hijo y Espíritu Santo para sostenerte. En el momento en que corras hacia ellos, ellos te guiarán.

Alégrense, alégrense y permanezcan en la gloria de Dios, permanezcan en la gloria de la luz que es la verdad".

Ahora tengo una visión de Nuestra Señora. Ella camina, vestida de blanco, llevando una cruz de madera de unos 3 metros de altura y de 25 centímetros o más de grosor. La lleva como una pluma en su gracia. Porque su gracia es su fuerza, formada por la mano de Dios, y cuando somos fuertes en Dios, tenemos la fuerza para hacer todas las cosas según su santa voluntad.

Sí, me regocijo en esta visión porque no sólo me enseña, así como a otros, que nuestras cruces son cargas cuando se entregan a Dios, nuestras pasiones en la vida se cumplen por la perfección de una gracia tan pura que las llevamos a través de él. Y todas las cargas se vuelven ligeras y como ligeras, llenas de luz. Porque cada paso es un paso en la fuerza de la misericordia y la compasión de Dios.

Mi corazón clama para que Dios, mi Salvador, cumpla su obra de redención y amor a través del poder y la pasión de su Cruz y resurrección.

"Te amo, hijo mío, te amo. En estos días de tu misión, es importante que mantengas la disciplina de descansar temprano y despertarte para recibirnos. Porque tu fuerza viene de Dios, no de los hombres. Y no primero a través del servicio de los hombres, sino primero a través del acto de amar a Dios mismo.

Te digo que te amo. Ven, toma mi mano y recorramos juntos este camino de luz".