Ahora estoy aquí, en Ecuador, donde la belleza de las montañas se eleva hasta tocar el cielo. Se elevan al cielo en honor del amor de Dios en el poder de su misericordia por su pueblo.

Y nuestro Señor dice ahora, "Mi querido hijo, que el amor eterno de mi corazón llene tu alma este día, y los corazones y almas de mis hijos. Sólo deseo amor: dar amor y recibir la alegría del amor por todos los que me buscan como su Salvador.

Y el cielo, del que tú das testimonio, se eleva eternamente hasta el cielo, para que mi esperanza, a la luz del sol de este día, brille en los corazones de mi pueblo.

Te amo, hija mía, y te agradezco que hayas venido a mí. Que la gloria eterna de mi corazón brille en tu corazón para siempre".