Mientras recibo ahora el aroma de rosas perfumadas que es más intenso de lo que recordaba, comienzo a rezar el Ave María. Nuestra madre me llama a recibirla con alegría en la esperanza y la misericordia de su amor.

Aparece ante mí vestida de blanco como una joven novia, una doncella de 15 años, hermosa en su gracia inmaculada, sosteniendo un ramo de claveles. Simbolizan las flores de la humildad que son a la vez rosas y azules, simbolizando la alegría de la misericordia de Dios que ella tiene entre sus manos, ofreciéndolas a mi corazón, presente ante mí en el amor de su hijo.

Jesús aparece sobre ella en una Cruz de oro, sufriendo su pasión. Es de oro porque es eterno en su pasión, que es nuestro don de la vida, al haber dado su vida.

'Madre, une mi corazón a la amorosa misericordia y compasión de la pasión de tu hijo, para que yo sea instrumento de compasión y misericordia de piedad hacia los demás, de caridad (que era el nombre de mi madre, Kadidad), caridad para los corazones de tus hijos. Aumenta en mí el amor de tu hijo para que me mueva con la fuerza del Espíritu, tu eterno esposo, para que me guíe y me fortifique. Para ser una fuerza del Espíritu y ser quien Dios me creó para ser. No una fuerza de carne humana, sino una fuerza del Espíritu Santo.

Ven, Espíritu Santo, dentro de mi corazón en este día para sanarme, corazón, mente, cuerpo y alma, y para renovar mi valor, mi fuerza y hacerme audaz en humildad para servir y amar a los demás'.