Mientras asistía a la Santa Misa de esta mañana, nuestro Señor apareció en la Cruz. Su cuerpo estaba lleno de luz dorada y rayos de esta luz brillaban desde su interior. Él es todopoderoso y omnipotente, y todo lo puede en nosotros para fortalecernos a la luz de su amor y de su santa misericordia.

Luego dijo, "Ven a mí, hijo mío, y recibe hoy mi misericordia, para que tu corazón se santifique en mi amor. Consumiéndome en la Sagrada Eucaristía, consumiendo mi Precioso Cuerpo y Sangre para la redención y salvación de las almas.

Llamo a todos mis hijos a la alegría de mi amor mediante el sacrificio de mi cuerpo y de mi sangre para decirles que estoy con ustedes. Estoy presente y nunca os abandonaré. Y os uno a mí cada vez más estrechamente en la esperanza y la alegría de la Sagrada Eucaristía. Ven, recíbeme y recibe mi alegría".

Luego, después de la comunión, mientras rezaba, una luz grande y hermosa se llenó de una hueste de santos ángeles. También ellos están hechos de luz, blancos y puros en el amor de Dios. Oh santos ángeles, pasad delante de nosotros y protegednos. Romped las barreras que nos separan en la oscuridad y el pecado para que podamos acercarnos cada vez más a Jesús. Cada día, pasa delante de nosotros y rompe las barreras que se interponen entre nosotros, mis hermanos y hermanas, en la gloria de Dios. Y sirviendo a su santa voluntad para ser perfeccionados por su gracia y glorificarle en nuestras obras de misericordia y de amor mutuo.

Jesús dice ahora, "Ven, Hijo mío, y deja que te lleve hoy a la gloria de la luz. Te amo y nunca te abandonaré. Recuerda que todo es posible para mí, tu Señor y Salvador. Pide y recibirás y verás mi gloria".