Ahora tengo una visión de la Virgen. Ella camina hacia mí, vestida con un sencillo vestido blanco, aunque parece de seda. Tiene en sus manos una bandeja rectangular o un cesto, más bien una bandeja. El fondo interior de la misma tiene imágenes de rosas rosadas.

Son rosas, estoy recibiendo en el discernimiento del Espíritu Santo, que aún no han florecido en la plenitud de mi vida. Ella está de pie delante de mí como esperando decir que la abundancia de cada rosa que veo, apareciendo grandes y llenas como las viejas rosas inglesas, rosadas y alegres, puras e inocentes en su belleza, florecerán en mi vida espiritual a través de la oración y en la entrega a Dios y buscando hacer su perfecta voluntad cada día.

'Te quiero, madre, te quiero.

Sí, y nunca podré vivir sin ti. Que te busque con todo mi corazón y oración para que me ayudes. Y que las gracias de tu presencia amorosa me guíen. Ayúdame, tú eres mi luz en el nombre de Jesús. Y tu amor sólo trae la gracia perfecta'.

María es sonrisa. María es esperanza para nuestras almas.

'Buena madre, te quiero. Te quiero.

Ahora dice, "Ven a mí cada día sabiendo, confiando y creyendo.

Hijo mío, libérate cada día en el Espíritu del amor de Dios para servir con pureza y verdad a todo lo que es bueno en el nombre de mi hijo.

Te quiero, te quiero".

Amén.