Tengo una visión de la Santa Cruz de oro que aparece sobre mi cama. Es oro, no del valor de este mundo, sino del Espíritu Santo. Su belleza es brillante. Humilde en su formación mate; no es brillante. Sin embargo, brilla en el don de la salvación a través del sacrificio apasionado de nuestro Señor en esta Santa Cruz, que es el amor cumplido por el amor y la misericordia, la alegría y la esperanza de todo lo que es bueno. Doy gracias por la luz y la fuerza que aporta a mi corazón cuando medito en ella para gloria de Dios.
Jesús dice ahora, "Hijo mío, sé libre en mi amor y vete. Ve como yo deseo y que nada te retenga según mi voluntad. Ruega por una fe más profunda cada día y un mayor amor por mí, tu Salvador".
Sí, Señor mío, consúmeme en tu amor y te pido una fe más profunda para caminar tras las huellas de tu misericordia'.
"Ve y canta una nueva canción de amor. Porque no estás atado a este mundo, sino a mi misericordia amorosa, para que seas abundante en todas las bendiciones que deseo darte.
Cuando regreses de México, no te llamaré para que vuelvas de nuevo hasta dentro de unos meses. Y ya que estás aquí ahora, sírveme amando y sirviendo a los demás con gracia cada día, ofreciéndoles tu corazón. Yo los guiaré hacia ti y ellos te buscarán en mi nombre".
'Sí, mi Señor, tómame como deseas. Tómame en tu amor'.
"Yo estoy contigo, hijo mío, y alégrate".
Señor mío, dame cada día la fuerza y la humildad para ser obediente a tu llamada'.
"Hijo mío, busca primero amarme y todo lo demás se cumplirá en mi misericordia y mi esperanza para tu corazón y el de mis hijos".