Debemos soñar. Debemos soñar con la esperanza de la misericordia de Dios, con la alegría de su amor y con la fuerza de la fe. Sueños que se infunden en nosotros mediante la inspiración y la luz, la iluminación del Espíritu Santo, no del mundo, sino nacidos del Espíritu y de la sabiduría y de la gracia. Para guiarnos en la pureza y santidad del amor de Dios que nos elevará cada día.
Esperanzas y sueños. Sí, porque soñar un sueño es tener esperanza, dijo una vez nuestro Señor. Creer que podemos realizar todas las cosas a través de Él y hacer cosas más grandes en Él. Como él dijo, haréis cosas mayores que yo.
Tómame como quieras, Señor, y lléname del poder de tu Espíritu para no rendirme nunca jamás, para vivir con la fuerza de buscar primero el Reino de Dios hoy. Sabiendo y confiando, como dijiste, que todas las cosas nos serán dadas. Un sueño de libertad, un sueño de luz, un sueño de una fe más profunda y de un mundo de paz. Un mundo lleno de la alegría de la esperanza y de las misericordias y compasiones del amor.
Te amo, Señor mío. Llévame como deseas a los campos del cielo, como dijiste, y a nuevos sueños de la luz y la vida de vivir en el Espíritu, porque nada es imposible para ti.