Mientras asistía a Misa el tercer miércoles de Cuaresma, Nuestro Señor apareció desde la Cruz, sangrando, llamando a todas las almas a recibir el don de la redención humillando sus corazones para arrepentirse y ser perdonados.

Yacía en la Cruz sufriendo con la cabeza inclinada, roto, magullado por la corona de espinas, sangrando por nuestras heridas infligidas a él. Pero resucitó para que tengamos vida en Él y en su amor por toda la eternidad.

Levantaos cada día, hermanos míos, para buscar la bondad de la misericordia de nuestro Dios, para arrepentiros, para ser perdonados y sanados con gran alegría, para ir con la Cruz por delante y caminar con el mundo por detrás.