Es el cuarto domingo de Cuaresma y en la Santa Misa, tuve una visión de Nuestra Señora arrodillada frente a la Cruz ante el santo altar. Estaba arrodillada frente a la congregación del pueblo, el cuerpo del amor de Cristo, frente a sus hijos con las manos en alto en oración al cielo, adorando a Dios.

De las llagas de los estigmas de sus manos salen rayos de fuego, la belleza del fuego del amor divino de su hijo que se cumple a través de sus oraciones de intercesión.

Es una madre de gran amor y de gran esperanza. Ella es la Reina del Cielo y la Reina de la Paz, que desea conducir a sus hijos a la santa luz de la presencia de su hijo. La Virgen intercede en cada misa para que recibamos a su Hijo en la Sagrada Eucaristía con un corazón grande y abierto al amor.

Nuestra Señora dice ahora, "Hijo mío, estoy presente ante ti y ante el mundo entero ante mi Santa Cruz, la Cruz que yo también compartí con mi hijo Jesús, para ayudarle en su obra de redención para en ese momento de su pasión, la redención de las generaciones futuras que necesitarían la misericordia del amor y la compasión de mi hijo para ayudarles.

Hoy me arrodillo ante la Santa Cruz en adoración y amor a Dios nuestro Padre del cielo y a la Santísima Trinidad, por todo lo que han cumplido, por todo lo que cumplieron en mi vida y en la vida de mis hijos para dar y renovar su esperanza.

Alégrate, alégrate, hijo mío, y deja que tu corazón cante la esperanza de tu Salvador y de esta visión para mis hijos, que te permito compartir, para que sea un regalo para otros saber que estoy siempre presente ante la Sagrada Eucaristía y, a través de la Sagrada Eucaristía, la Cruz de redención de mi hijo por su pueblo.

Amo a cada uno de mis hijos y los llamo a amar cada día más a Dios, para que se cumpla en ellos su misericordia y sepan que Él es y será siempre el Señor su Dios."