"Hijo mío," nuestro Señor dice ahora, "Hijo mío, proclama mi gloria y el amor que deseo darte a ti y a toda la humanidad llamando a vuestros corazones a volver a mí cada día, a recibirme en la alegría y la esperanza de mi amor, y en el poder de mi misericordia que perdona, que ilumina el corazón. Para que os regocijéis en Dios, vuestro Salvador al llamar a todas las almas al arrepentimiento, especialmente en estos días eternos de Cuaresma, donde mi misericordia abunda de un modo mayor porque las almas me buscan con un corazón arrepentido de un modo mayor. Cuanto más se acercan a mí, yo me acerco a ellas. No puedo entregarme a un corazón plena y abundantemente si ellos no me entregan su corazón.

El poder de los sacrificios cuaresmales es el poder de la redención para redimir y elevar a las almas en la sabiduría de la luz y la verdad del Espíritu Santo a través de la vivencia de su fe, realizada por mi mano y mi voluntad para mi gloria y la gloria de toda la humanidad.

Hijo mío, mi corazón proclama mi gloria por toda la creación. Proclámala conmigo en gratitud y amor por todo lo que te he dado. Déjame llevarte a nuevas alturas de amor. Esto deseo para todos mis hijos, pero tan pocos me reciben y soy rechazado por el orgullo del enemigo de Dios, Satanás.

Él no tendrá la victoria final. Ya fue ganada por mi pasión, muerte y resurrección de la Cruz. Y cuando vuelva de nuevo, la gloria de la luz de la victoria sobre todas las tinieblas reinará para siempre.

Paz, deseo dar paz a mis hijos".