Jesús aparece como el Cordero de Dios, puro y blanco como la nieve en un estrecho camino de fe fértil entre dos campos de hierba corta de fe. Él, el Cordero, me devuelve la mirada para indicarme que le siga. Y agradezco la alegría y la bondad de nuestro Señor, que es amor en todas las cosas.

Nuestro Señor dice, "Ven, hijo mío, entre mis santos brazos de misericordia, para que mi amor colme tu corazón".

Un ramo de rosas rojas brillantes, de color profundo, profundo, aparece ahora ante mí como el Dios-hombre que las sostiene, pidiéndome que las ponga entre mis manos y mi corazón.

"Hijo mío, todas las cosas fueron creadas para mi gloria y mi amor abunda eternamente".

Sí, Señor mío, tómame. Tómame como deseas en tu amor y guíame en la esperanza de tu misericordia.

Señor mío, el bambú que tengo ante mí en el jardín secreto del parque de México es alto y espeso, de todos los tonos verdes de su naturaleza. Puedo sentir el poder de tu presencia, la presencia de nuestro Padre y de la creación, y me regocijo.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.