Ya estoy aquí, en Asís, y doy gracias a Dios, nuestro Padre, y por intercesión del Beato Carlo, que me ha conducido hasta aquí. La noche es gloriosa, cubierta de nubes y con un viento ligero y frío.
Fuera de mi ventana, en el balcón, hay una palmera. Creo que es una palmera datilera cuyas largas hojas se expanden por mi ventana en el cielo nocturno. Puedo verlas moverse y puedo sentir su belleza, como si hubiera entrado en un mundo diferente. Contemplo la paz con una palma de la paz tocando mi ventana y tocando mi alma.
Entre las hojas de la palmera ha aparecido un pequeño ángel de luz. Es un niño y sonríe. Y yo te alabo, Dios Padre nuestro, para que seas glorificado en toda la tierra y en el universo por tu amorosa misericordia y bondad. Te pido ahora que las derrames sobre el mundo para darnos la paz, para renovar nuestras almas a través de una conversión más profunda y nuestra llamada a convertirnos y vivir según tus leyes, según tu nueva alianza de amor con tus hijos, Padre.
Jesús dijo, mientras yo admiraba las palmas, que lo recibiera y como su mano aparece ahora ante mí llevando la herida de su crucifixión.
Te pido, Señor, que me unjas con tu Preciosa Sangre de misericordia, y me lleves según tu voluntad. Me alegro de ti, de mi amor y de todo lo que me has dado, pues nada soy y nada busco, sino la alegría y la paz de cada día de amarte y de dar tu amor a mis hermanos. Tómame con tu mano de misericordia, de sacrificio, crucificado para nuestro perdón, y perdona mis pecados y los del mundo entero.
Te amo, mi Señor, te amo.
Sí, tómame como desees'.