Ahora tengo una visión de la Virgen. Está vestida de novia, la novia del Espíritu Santo, con un vestido de perlas y diamantes, sin velo. Su cabello, espeso y oscuro, cuelga con naturalidad y ondula más allá de sus hombros.
Su belleza es indescriptible. Y sostiene un ramo de brillantes rosas rojas que no son de esta tierra, sino de la pureza del cielo, pues son vibrantes. Puedo sentir dentro de mi alma la importancia de sus gracias.
Ella espera sin palabras, pues aparece de un modo que no es necesario explicar, su honor y gloria como esposa eterna del Espíritu Santo, pronunciando su presencia como esposa eterna, pero también como Madre eterna de Dios en su deseo de interceder por toda la humanidad con gran amor y esperanza por sus hijos.